Capítulo 24
Laura se me acercó con paso lento. No tenía ni idea de lo que estaría pasando ahora por su cabeza. Mil cosas y motivos para tener esa sonrisa macabra y de autosuficiencia.
- Vamos a divertirnos mucho hoy- dijo sin mover ni un ápice su mueca divertida.
- ¡No la toques!- gritó Marcos desde la otra punta con desesperación.
- ¡Cállate la boca!- escupió Joseph mientras se dirigía hacia él. Le propinó una patada en la cara-. A ver si aprendes a mantener la bocaza cerrada.
Yo me quedé sin habla. Preocupada. Marcos se incorporó como pudo, pues estaba maniatado. Una raja en el labio inferior se vislumbraba. Una línea roja goteaba en el frio suelo. Escupió hacia un lado un gran charco de sangre y le atravesó con la mirada.
- Sigamos. Por favor, no más interrupciones- miró a su hermano y después se dirigió a mí con la misma sonrisa.
- ¿Qué me vas a hacer?- pregunté
- Ya lo veras, hermosa.
- Tú no eres así, Laura- comencé a hablar para ganar tiempo a medida que intentaba que cambiara de parecer; aunque esto último lo daba por perdido-. Solo sigues órdenes de alguien que no ha superado una ruptura sentimental.
- Zorrita, es mejor que cierres el pico- amenazó mi ex. No me acobardó.
- No me interesa lo que pienses. Tú no sabes por qué hago esto. Te odio y siempre te he odiado. Porque haya sido simpática alguna vez en tu presencia era por guardar las apariencias con mi hermano. Pero ya me cansé. Ahora pagarás por lo que has hecho- Explicó con la mirada llena de ira clavada en mis pupilas. Me estaba intentando apretar más las cuerdas para que no me soltara. Me desgarró la ropa con unas tijeras y me dejó en ropa interior.
Miré a mi novio por un momento. Su mirada preocupante con una llama de lujuria me desconcertó. ¿Hasta en estos momentos pensaba en el sexo? No creo que tuviese cuerpo para ello. Él lo notó y giró la cara para no mirarme.
- Muy bien. Estás tan rica…- se relamió Joseph nada más verme-. Procede, Laura.
Asintió con la cabeza y se dirigió a la otra punta del garaje. No entendía nada.
A los pocos minutos, volvió con varias herramientas en ambas manos. A medida que se iba acercando, mis ojos se abrieron como platos apresuradamente. Llevaba en la mano derecha un látigo de cuero negro. En la otra mano, tenía un rastrillo y un látigo más largo y con varias cuerdas. Al final de estas, comenzaba unos pinchos.
- ¿Qué vas a hacer con eso?- pregunté tragando saliva. En pocos minutos me había quedado con la boca seca y pastosa.
- Una barbacoa- Laura me miró con expresión estúpida-. ¿De verdad tengo que decírtelo?- bromeó.
Dejó las herramientas en una mesa de latón plateado. Las ordenó por tamaño y miró a Joseph al terminar, esperando órdenes.
- Cuando quieras, querida- sonrió.
Sin más dilación, cortó un trozo de esparadrapo y me tapó la boca. Miré por última vez a Marcos y él estaba de rodillas, mirándome con gran preocupación y con lágrimas brotando de sus ojos. Se me cayó el alma al infierno. Empecé a llorar yo también sin apartar nuestras miradas. Era una forma de estar juntos, sentirnos seguros.
- ¡Empecemos!- resonó la voz por todo el recinto.
Me dio la vuelta, retorciendo las cuerdas y notando en las muñecas más presión. Con el esparadrapo no podía gritar y los sonidos se me ahogaban en la garganta antes de que se reprodujesen.
Con la cabeza hacia un lado, vi que Laura se sacó de detrás de su pantalón un cuchillo. Desplazó la fría hoja por mi espalda. La restregó por todo mi cuerpo, notando la temperatura. Cuando paró de pasearla por mi organismo, la paró en seco en mi espalda. Comenzó a hacer pequeños cortes en el omóplato. Mis chillidos se ahogaban en la pegatina que cerraba mi boca. No soportaba el dolor y notaba como la sangre se derramaba. Marcos no podía ni verlo, así que la cabeza cabizbaja y llorando mientras apretaba los puños y los dientes de la ira y la prepotencia.
Mis lágrimas paraban en la almohada de la estrecha cama. El dolor de las heridas y el sufrimiento de mi chico se acumulaban en mi interior.
Sentí el alejamiento del cuchillo y suspiré aliviada, aunque sabía que no había terminado conmigo.
- Siguiente- sonó como un susurro para sí misma que para los demás.
Cogió el látigo de cuero negro. Y antes de comenzar, me sonrió. Sacudía con saña, con ansia y ganas. Yo me retorcía de dolor. Entre las heridas recientes y ahora esto… iba a morir de angustia.
- ¡Parad, por favor! La vais a matar- gritó desesperado Marcos.
Ya no sentía nada. Me encontraba fuera de mi interior, y me dejé ir.