Notaba como iba acercándose a mi con una de sus grandes sonrisas, pero a la vez se veía que algo le preocupaba, que tenía algo en mente y no sabía de qué manera soltarlo…
Por un lado pensaba que simplemente vendría a hablar conmigo de trabajo, pero no podía evitar recordar la conversación con Soraya. Y no sé por qué pero algo me daba que llevaba razón. Por mucho que intentaba quitarme esa idea de la cabeza no podía pues cada vez hacia algo que me hacía creerlo aun mas… Que querría Marcos ahora...
En unos segundos llegó a mí y como siempre se arrimaba demasiado aunque esta vez no me agarró.
- Michelle, cariño, ¿Cómo va el trabajo? Veo que hoy lo llevas mejor que el último día ¿no es asi?- dijo intentando empezar por algún tema de conversación.
- Si, si, lo llevo bien, la verdad que unos días de relax me han venido bien, gracias señor- le dije amablemente.
No creo que haya venido solo para preguntarme como llevo la mañana… Aquí hay gato encerrado- pensaba mientras Marcos me hablaba y me miraba de esa forma tan tierna.
- Me alegro pequeña. Bueno yo venía a decirte, bueno mejor dicho, a pedirte que… veras… tu…
- ¿Si?...- pregunté para que continuara.
- Pues que si me dejas invitarte esta noche a cenar, tu y yo, y así desconectamos del trabajo, es otro trato, y de paso… bueno pues me cuentas si quieres que te paso para tener que tomarte esos días de relax… ¿Qué me dices?- me preguntó esperando que mi respuesta fuera un sí.
No, no puede ser. ¿Una cena? ¿Mi jefe y yo? Esto es absurdo, rarísimo… No quiero ni pensar que…- sacudí la cabeza de un lado para otro para que ese pensamiento se desvaneciera y pudiera atener a la conversación. Marcos seguía esperando mi respuesta y al ver como negaba con la cabeza rápidamente y que estaba en mi nube, pensó que era la respuesta a su petición…
- ¿No? Vaya… bueno, pues si no quieres…
- No no, espera, no he dicho que no, simplemente pensaba en unas cosas.
- Entonces… ¿aceptas?- dijo alzando las cejas y poniéndome cara de niño bueno.
- Si, bueno supongo que sí. No vendrá mal desconectar del trabajo ¿verdad?
- ¡Bien! Claro que no, será genial, no te arrepentirás te lo aseguro.
Uy… ese no te arrepentirás me huele feo… muy feo…
- Pues muy bien si me dejas paso a recogerte a tu casa para que no vayas sola de noche, es peligroso. ¿Te parece bien?- preguntó con una alegría desbordante.
- Mmm… bueno… yo…
- Por favor…- dijo haciéndome un puchero.
- Está bien, ya sabes cual es mi calle y mi portal, ¿a qué hora?
- A las diez estoy allí, estate lista que soy puntual- dijo mientras poco a poco se alejaba de mi y se dirigía de nuevo a su despacho.
- Vale- le dije ya a voz alta para que me oyera.
Esta noche… promete, cuando se lo cuente a Soraya no se lo va a creer…
En que líos te metes Michelle… Ojala y no pasé nada raro en la cena, solo de pensar que él… yo…
¡Dios mio! ¿Y si me pide salir?- pensé para mi misma.- No, no Michelle, es imposible es tu jefe… tiene unos treinta años… Si, pero… en el caso que asi fuera… No, no, esta claro que yo no quiero nada más, ni con él ni con ningún tío que se ponga en mi camino… Ya he sufrido bastante, además ¿quien me dice que él no me haga lo mismo? No, definitivamente nada de nada. Una cena entre jefe y recepcionista, temas triviales, del trabajo y nada más Michelle- me decía para mi misma.
Uff- solté un suspiró para alejarme de esos pensamientos y concentrarme en la hora de trabajo que aun me quedaba.
Se me hizo eterna pensando en todo aquello de la cena. ¿Dónde me llevaría? ¿Cómo? Y lo más importante… ¡dios mío! ¿Qué me pondría? Deducí que me llevaría un sitio caro, los típicos restaurantes donde toda la gente va de gala.
Salí del trabajo después de cambiarme y coger la bolsa de la taquilla. Cogí el metro pues no tenía ganas de andar, los tacones me mataban ya. De camino a casa le mandé un sms a mi amiga Soraya contándole la invitación de Marcos.
“¡No te lo vas a creer tia! Marcos me ha invitado esta noche para cenar con él. Te voy a matar, eres una gafe. Ya te contaré. Un beso, te quiero.”
En pocos minutos estaba en casa, abrí la puerta y dejé la bolsa y el bolso en el sofá, tiré los tacones por donde pillé y me senté agotada.
En ningún momento podía quitarme de la cabeza la conversación de Marcos. Tanto, que había conseguido olvidar al cabrón de Joseph. Por un lado estaba bien, pero por otro…
Pipi pipi. Mensaje, seguramente de Soraya. Lo abrí y mi sorpresa fue que no era de Soraya si no de… O no… Marcos… Dios mio, esto pinta mal, muy mal. Decía así:
“Gracias por aceptar cariño, estaré puntual a las diez en tu casa. Te quiero”
Demasiado tierno para ser mi jefe. ¿Un te quiero de amigos? O un te quiero con intención de… Esto no puede ser. No le contesté como siempre, no me veía con ganas ni fuerzas ni saber que responderle. Estaba confundida. Uff…
Pipi pipi. ¿Otro? Este será de Soraya, si que si. Y asi era.
“¡Pero qué me dices tia! Jaja no puede ser, si es que ya lo sabía yo. Esta noche promete Michelle, te lo digo yo. Luego me cuentas con detalle eh. Te quiero.”
Me reí sola ante el mensaje de mi amiga. Encima se ríe, verás cuando la pille.
Todo empieza por una venganza... Un nuevo trabajo, una nueva vida cimentada en la noche, un nuevo objetivo, la otra cara de su persona... Dinero, alcohol, drogas, sexo, hombres, stripper. Un mundo en el que nuestra protagonista estará metida solo y únicamente por una razón: Vengarse y encontrar la felicidad.
lunes, 30 de agosto de 2010
jueves, 26 de agosto de 2010
"Vida Sin Luz" Capítulo 4 : Segunda Parte
- ¿Qué pasa?- intenté sonar indiferente.
- ¡Oh, vamos! Ya sabes a qué me refiero- contestó sin borrar su sonrisa.
- No sé a qué te refieres.
- Está claro.
- ¡El qué!- me estaba empezando a irritar el que no dijese nada aunque supiese lo que me iba a decir.
- Por lo que me has contado, tu jefe siente algo por ti- Al soltarlo se quedó con una sonrisa más feliz por deducir tal cosa.
- ¿Qué dices? ¡Estás loca!- le contesté. Estaba fatal de la cabeza. Mi jefe detrás de mí, sería el colmo.
- Que sí. Tal y como te ha tratado cuando lloraste y darte los días en vez de tomar otra decisión está más que claro. Dime, ¿cómo es?- comenzó hablando como si tal cosa y terminó preguntándome de forma demasiado curiosa.
- Pues… moreno, ojos marrones claros, delgado… - comenté de forma natural.
- ¿Guapo? ¿Está bueno?- dijo de forma pícara.
- ¡No me fijo en esas cosas, Soraya!- mascullé indignada.
- Ya. Eres una mujer y tienes ojos. ¿No te has fijado ni un poquito?- reí por la cara de convencimiento de mi amiga, teniéndola más cerca que de costumbre. Se había inclinado para presionarme más y que confesara.
- Vale. Es guapo y… de cuerpo está bien- suspiré al reconocerlo. Soraya se alegró triunfante.
- Coquetéale y así haces que te suba el sueldo- comentó feliz.
- Tú deliras, enserio. Vete a mirártelo.
- Ya verás cómo me lo dirás en pocos días.
Terminé la conversación dándole la razón como a los tontos. Ella se dio cuenta. Acabamos de comer al rato y dimos un pequeño paseo hablando de cosas triviales.
Llegué a casa a eso de las ocho de la tarde. Estaba agotada. Me dirigí hacia el salón y en la mesita; al lado del sofá, tenía mi contestador automático. Vi que tenía un mensaje guardado. El mensaje era hoy a las cinco de la tarde.
- Hola cariño. Te llamaba para ver que tal te encontrabas, nada más. Espero te recuperes y vengas con fuerzas renovadas. Un beso. ¡Ah! Soy Marcos. Chao, cuídate.
Me quedé parada mirando al aparato.
- ¿Qué ha sido eso?- pensé. Sacudí la cabeza en cuanto la idea de Soraya asomó por mi mente. No puede ser. Solo se preocupa por mí, aunque si lo piensas es muy raro que un jefe se preocupe.
El resto de los días pasaron sin ningún acontecimiento. Me quedé haciendo las cosas de casa y viendo la televisión.
Llegó el día de la vuelta al trabajo. No me apetecía; ya que me había acostumbrado a estar en casa, pero no me quedaba otra. La verdad es que andaba con mejores ánimos, será que hablar con Soraya; poniendo a parir a Joseph sin estar sola, ayudó mucho a mi situación y mi autoestima.
Hice lo mismo que todas las mañanas cuando me tocaba trabajar. Seguía teniendo todo cronometrado. Mientras me vestía y desayunaba al mismo tiempo, no me podía quitar de la cabeza lo que me dijo Soraya; pues en estos cuatro días, mi jefe me había llamado unas tres veces preguntándome lo mismo. No quise cogerle el teléfono por miedo a lo que mi amiga predijera, fuese verdad. Cada vez que llamaba alguien no se lo cogía por si fuese Marcos. Efectivamente, era él. Su voz en cada llamada era más desesperada y preocupante. Yo estaba aterrada por cogérselo. No quería que ella tuviese razón, no quería. Ahora; al pensarlo, se me encogió el estómago de los nervios. Faltaban pocos minutos para dirigirme al infierno y encontrarme con mi jefe. Cogí aire profundamente y lo solté de golpe; tranquilizándome.
Llegué a mi puesto de trabajo. Me dirigí al baño, pues ya no me meteré en ese cuarto tan pequeño nunca más. Dejé mi ropa en la taquilla y al volver para sentarme en mi lugar, venia mi jefe andando rápido hacia mí. Quise que me tragara la tierra.
- Michelle, cariño… - se dirigió a mí con demasiado énfasis. Cuando llegó, me agarró de la cintura y se me acercó demasiado; haciendo que automáticamente yo apartara la cabeza hacia atrás mientras él me acariciaba con la otra mano el mentón- ¿Cómo te encuentras? No quise agobiarte, pero estaba muy preocupado. No me cogías el teléfono- terminó la frase un poco apenado.
- Me pillarías fuera de casa. Me marché unos días a casa de mi vecina, la que me crió desde siempre. Hacía mucho que no la veía y me fui a su pueblo- le comenté intentando deshacerme de su agarre delicada y disimuladamente. Se soltó y suspiré más tranquila, pero seguía igual de cerca.
- Espero que estés mejor. No te quiero agobiar. Si necesitas más días, dímelo; ya veríamos como lo arreglaríamos- dijo con una sonrisa perfecta. Sacudí lentamente la cabeza al tener ese pensamiento en mi cabeza. Maldije a mi amiga por sus comentarios.
Por fin me senté en mi lugar. Pasé la mañana más tranquila que la última que tuve. Andaba un poco alerta porque mi jefe se estaba paseando, delante de mí, demasiadas veces. Nunca se había aparecido por aquí y me pareció sospechoso. Cada vez que pasaba, me miraba sonriente y se perdía por el otro lado. Volvía a hacer lo mismo cuando regresaba. Yo ya no sabía dónde meterme. Aún me quedaba una hora para irme y vi aparecer, de nuevo, a mi jefe. Esta vez no paseaba de un lado a otro; ahora venía directamente hacía mí y con cara de decirme algo. Yo me quise morir.
- ¡Oh, vamos! Ya sabes a qué me refiero- contestó sin borrar su sonrisa.
- No sé a qué te refieres.
- Está claro.
- ¡El qué!- me estaba empezando a irritar el que no dijese nada aunque supiese lo que me iba a decir.
- Por lo que me has contado, tu jefe siente algo por ti- Al soltarlo se quedó con una sonrisa más feliz por deducir tal cosa.
- ¿Qué dices? ¡Estás loca!- le contesté. Estaba fatal de la cabeza. Mi jefe detrás de mí, sería el colmo.
- Que sí. Tal y como te ha tratado cuando lloraste y darte los días en vez de tomar otra decisión está más que claro. Dime, ¿cómo es?- comenzó hablando como si tal cosa y terminó preguntándome de forma demasiado curiosa.
- Pues… moreno, ojos marrones claros, delgado… - comenté de forma natural.
- ¿Guapo? ¿Está bueno?- dijo de forma pícara.
- ¡No me fijo en esas cosas, Soraya!- mascullé indignada.
- Ya. Eres una mujer y tienes ojos. ¿No te has fijado ni un poquito?- reí por la cara de convencimiento de mi amiga, teniéndola más cerca que de costumbre. Se había inclinado para presionarme más y que confesara.
- Vale. Es guapo y… de cuerpo está bien- suspiré al reconocerlo. Soraya se alegró triunfante.
- Coquetéale y así haces que te suba el sueldo- comentó feliz.
- Tú deliras, enserio. Vete a mirártelo.
- Ya verás cómo me lo dirás en pocos días.
Terminé la conversación dándole la razón como a los tontos. Ella se dio cuenta. Acabamos de comer al rato y dimos un pequeño paseo hablando de cosas triviales.
Llegué a casa a eso de las ocho de la tarde. Estaba agotada. Me dirigí hacia el salón y en la mesita; al lado del sofá, tenía mi contestador automático. Vi que tenía un mensaje guardado. El mensaje era hoy a las cinco de la tarde.
- Hola cariño. Te llamaba para ver que tal te encontrabas, nada más. Espero te recuperes y vengas con fuerzas renovadas. Un beso. ¡Ah! Soy Marcos. Chao, cuídate.
Me quedé parada mirando al aparato.
- ¿Qué ha sido eso?- pensé. Sacudí la cabeza en cuanto la idea de Soraya asomó por mi mente. No puede ser. Solo se preocupa por mí, aunque si lo piensas es muy raro que un jefe se preocupe.
El resto de los días pasaron sin ningún acontecimiento. Me quedé haciendo las cosas de casa y viendo la televisión.
Llegó el día de la vuelta al trabajo. No me apetecía; ya que me había acostumbrado a estar en casa, pero no me quedaba otra. La verdad es que andaba con mejores ánimos, será que hablar con Soraya; poniendo a parir a Joseph sin estar sola, ayudó mucho a mi situación y mi autoestima.
Hice lo mismo que todas las mañanas cuando me tocaba trabajar. Seguía teniendo todo cronometrado. Mientras me vestía y desayunaba al mismo tiempo, no me podía quitar de la cabeza lo que me dijo Soraya; pues en estos cuatro días, mi jefe me había llamado unas tres veces preguntándome lo mismo. No quise cogerle el teléfono por miedo a lo que mi amiga predijera, fuese verdad. Cada vez que llamaba alguien no se lo cogía por si fuese Marcos. Efectivamente, era él. Su voz en cada llamada era más desesperada y preocupante. Yo estaba aterrada por cogérselo. No quería que ella tuviese razón, no quería. Ahora; al pensarlo, se me encogió el estómago de los nervios. Faltaban pocos minutos para dirigirme al infierno y encontrarme con mi jefe. Cogí aire profundamente y lo solté de golpe; tranquilizándome.
Llegué a mi puesto de trabajo. Me dirigí al baño, pues ya no me meteré en ese cuarto tan pequeño nunca más. Dejé mi ropa en la taquilla y al volver para sentarme en mi lugar, venia mi jefe andando rápido hacia mí. Quise que me tragara la tierra.
- Michelle, cariño… - se dirigió a mí con demasiado énfasis. Cuando llegó, me agarró de la cintura y se me acercó demasiado; haciendo que automáticamente yo apartara la cabeza hacia atrás mientras él me acariciaba con la otra mano el mentón- ¿Cómo te encuentras? No quise agobiarte, pero estaba muy preocupado. No me cogías el teléfono- terminó la frase un poco apenado.
- Me pillarías fuera de casa. Me marché unos días a casa de mi vecina, la que me crió desde siempre. Hacía mucho que no la veía y me fui a su pueblo- le comenté intentando deshacerme de su agarre delicada y disimuladamente. Se soltó y suspiré más tranquila, pero seguía igual de cerca.
- Espero que estés mejor. No te quiero agobiar. Si necesitas más días, dímelo; ya veríamos como lo arreglaríamos- dijo con una sonrisa perfecta. Sacudí lentamente la cabeza al tener ese pensamiento en mi cabeza. Maldije a mi amiga por sus comentarios.
Por fin me senté en mi lugar. Pasé la mañana más tranquila que la última que tuve. Andaba un poco alerta porque mi jefe se estaba paseando, delante de mí, demasiadas veces. Nunca se había aparecido por aquí y me pareció sospechoso. Cada vez que pasaba, me miraba sonriente y se perdía por el otro lado. Volvía a hacer lo mismo cuando regresaba. Yo ya no sabía dónde meterme. Aún me quedaba una hora para irme y vi aparecer, de nuevo, a mi jefe. Esta vez no paseaba de un lado a otro; ahora venía directamente hacía mí y con cara de decirme algo. Yo me quise morir.
"Vida Sin Luz" Capítulo 4 : Primera Parte
CAPÍTULO 4
Llegué a mi casa. Lo primero que hice fue recoger las cosas del sofá y llevarlas a mi habitación. Cada vez que pensaba el porqué de que mis cosas estuvieran ahí me recorría una rabia por todo el cuerpo… Me daban ganas de romper cosas y ponerme a llorar, pero decidí que no. Reprimí mis lágrimas que empezaban a amontonarse en la entrada de mis ojos. Cogí aire bruscamente y lo solté rápidamente, haciendo liberar mi poco nerviosismo de mi interior.
Teniendo todo recogido; incluida la cocina, el dormitorio y el salón; le mandé un mensaje a mi amiga Soraya a la vez que salía de casa.
“Hola guapa. Salgo ahora de casa y voy a buscarte para comer juntas. ¿Te apetece? Besos”.
Le di a enviar mientras bajaba las escaleras. Cuando estaba en el descansillo me fijé que el ascensor seguía estropeado. Suspiré, pensando que cuando volviera me tocaría subir de nuevo por las escaleras. No esperé recibir el mensaje de mi amiga, malo sea que no pueda o quiera. Si fuese así me iría a comer fuera de casa, necesitaba tomar el aire y despejarme un poco; sacando mis pensamientos a la luz.
La tienda donde trabajaba Soraya estaba en unas calles más adelante que mi casa. Tardaba unos diez minutos. Ella salía a las dos y media y yo terminé de limpiar a las dos. Llegué al poco tiempo y mi amiga me vio aparecer. Me saludó energéticamente con la mano y una gran sonrisa en la cara. Yo le devolví el gesto, pero la sonrisa era desganada y la mano un poco rápida, intentando disimular; sin saber si surtió efecto.
Al poco rato Soraya salía del establecimiento. Ella es muy guapa. Tiene su pelo recogido con un bolígrafo; atravesándolo y unos vaqueros muy estrechos; marcando sus piernas y pareciendo que sea más alta. Es delgada pero tiene más carne que yo, por decirlo de alguna manera. Sus tacones de aguja; haciendo lucir unos dedos perfectos con las uñas pintadas en rojo carmesí, a juego con las de las manos. La camiseta era normal. Es de manga corta y de color rojo con tiras negras, combinando las tiras con los zapatos. El bolso era de la marca TOUS y de charol; color rojo.
- ¡Hola cariño!- saludó Soraya efusivamente y dándome dos besos demasiado sonoros.
- Hola- intenté parecer contenta de verla. El sentimiento estaba ahí. La verdad si me alegraba de verla.
- ¿A qué se debe esta sorpresa?- preguntó Soraya curiosa.
- Te he mandado un mensaje.
- ¿Sí? Pues no lo vi, perdona. Voy a verlo.
- Vale, no te preocupes.
Sacó el móvil y comenzó a mover el dedo rápidamente. A los pocos minutos guardo el móvil en el bolso y me miró sonriente.
- ¡Claro que puedo! ¿Dónde quieres ir?- contestó ella alegremente.
- Me da igual- dije subiendo los hombros.
Al final decidimos ir a una pizzería. Nos apetecía.
En lo que esperábamos las pizzas, ella me estuvo contando sobre su novio. Estaban muy enamorados. Llevaban cuatro años felices, muy felices. En el fondo me alegraba por ella pero no podía evitar sentir un poco de envidia.
- ¿Por qué no puedo conseguir yo un chico así de atento y cariñoso?- comencé a pensar en esa pregunta una y otra vez.
Tenían pensado en irse a vivir juntos. Yo me alegré por ellos pero mi amiga me notó diferente.
- Bueno, y ¿qué tal con Joseph?- preguntó curiosa. Yo le había hablado de él y lo conoce de dos veces que me ha visto con él.
- Por eso quería comer contigo, para contártelo- se lo dije demasiado apenada, ella se alarmó.
- ¿Qué pasó?- masculló demasiado preocupada. Le empecé a contar todo lo que me pasó con él; desde el mensaje hasta cuando me vino a recoger y me dijo de ir a comer. Incluí la noche que pasamos en mi casa. Tampoco olvidé la nota. Decidí ahorrarme un poco mi reacción, diciéndole que me molestó bastante pero que no le di mucha importancia, pues solo llevábamos casi dos meses y me dejó un poco hecha polvo.
- ¡Será Hijo de…!- comenzó mi amiga a decir furiosamente.
- ¿Puta?- contesté intentando sonar graciosa y quitarle hierro al asunto. Si no me lo tomaba a broma me hundiría mucho.
- Sí- nos reímos a la vez. Después de este insulto, Soraya siguió poniendo verde a Joseph. Yo me animé y la seguí con mucho gusto. Cada una nos reíamos de cada cosa.
Vino el dependiente y nos trajeron dos pizzas; una de Jamón y Queso y la otra de Carbonara. Cambiamos de tema. Le comenté lo que pasó en mi trabajo. Ella abrió los ojos como platos. Continué contándole la charla de mi jefe y que me dio cuatro días de vacaciones por lo sucedido. Cuando terminé, mi amiga tenía una de sus sonrisas en la cara. Ese tipo de sonrisas en su rostro no me gustaban nada, pues era una sonrisa pícara y quería decir algo.
Llegué a mi casa. Lo primero que hice fue recoger las cosas del sofá y llevarlas a mi habitación. Cada vez que pensaba el porqué de que mis cosas estuvieran ahí me recorría una rabia por todo el cuerpo… Me daban ganas de romper cosas y ponerme a llorar, pero decidí que no. Reprimí mis lágrimas que empezaban a amontonarse en la entrada de mis ojos. Cogí aire bruscamente y lo solté rápidamente, haciendo liberar mi poco nerviosismo de mi interior.
Teniendo todo recogido; incluida la cocina, el dormitorio y el salón; le mandé un mensaje a mi amiga Soraya a la vez que salía de casa.
“Hola guapa. Salgo ahora de casa y voy a buscarte para comer juntas. ¿Te apetece? Besos”.
Le di a enviar mientras bajaba las escaleras. Cuando estaba en el descansillo me fijé que el ascensor seguía estropeado. Suspiré, pensando que cuando volviera me tocaría subir de nuevo por las escaleras. No esperé recibir el mensaje de mi amiga, malo sea que no pueda o quiera. Si fuese así me iría a comer fuera de casa, necesitaba tomar el aire y despejarme un poco; sacando mis pensamientos a la luz.
La tienda donde trabajaba Soraya estaba en unas calles más adelante que mi casa. Tardaba unos diez minutos. Ella salía a las dos y media y yo terminé de limpiar a las dos. Llegué al poco tiempo y mi amiga me vio aparecer. Me saludó energéticamente con la mano y una gran sonrisa en la cara. Yo le devolví el gesto, pero la sonrisa era desganada y la mano un poco rápida, intentando disimular; sin saber si surtió efecto.
Al poco rato Soraya salía del establecimiento. Ella es muy guapa. Tiene su pelo recogido con un bolígrafo; atravesándolo y unos vaqueros muy estrechos; marcando sus piernas y pareciendo que sea más alta. Es delgada pero tiene más carne que yo, por decirlo de alguna manera. Sus tacones de aguja; haciendo lucir unos dedos perfectos con las uñas pintadas en rojo carmesí, a juego con las de las manos. La camiseta era normal. Es de manga corta y de color rojo con tiras negras, combinando las tiras con los zapatos. El bolso era de la marca TOUS y de charol; color rojo.
- ¡Hola cariño!- saludó Soraya efusivamente y dándome dos besos demasiado sonoros.
- Hola- intenté parecer contenta de verla. El sentimiento estaba ahí. La verdad si me alegraba de verla.
- ¿A qué se debe esta sorpresa?- preguntó Soraya curiosa.
- Te he mandado un mensaje.
- ¿Sí? Pues no lo vi, perdona. Voy a verlo.
- Vale, no te preocupes.
Sacó el móvil y comenzó a mover el dedo rápidamente. A los pocos minutos guardo el móvil en el bolso y me miró sonriente.
- ¡Claro que puedo! ¿Dónde quieres ir?- contestó ella alegremente.
- Me da igual- dije subiendo los hombros.
Al final decidimos ir a una pizzería. Nos apetecía.
En lo que esperábamos las pizzas, ella me estuvo contando sobre su novio. Estaban muy enamorados. Llevaban cuatro años felices, muy felices. En el fondo me alegraba por ella pero no podía evitar sentir un poco de envidia.
- ¿Por qué no puedo conseguir yo un chico así de atento y cariñoso?- comencé a pensar en esa pregunta una y otra vez.
Tenían pensado en irse a vivir juntos. Yo me alegré por ellos pero mi amiga me notó diferente.
- Bueno, y ¿qué tal con Joseph?- preguntó curiosa. Yo le había hablado de él y lo conoce de dos veces que me ha visto con él.
- Por eso quería comer contigo, para contártelo- se lo dije demasiado apenada, ella se alarmó.
- ¿Qué pasó?- masculló demasiado preocupada. Le empecé a contar todo lo que me pasó con él; desde el mensaje hasta cuando me vino a recoger y me dijo de ir a comer. Incluí la noche que pasamos en mi casa. Tampoco olvidé la nota. Decidí ahorrarme un poco mi reacción, diciéndole que me molestó bastante pero que no le di mucha importancia, pues solo llevábamos casi dos meses y me dejó un poco hecha polvo.
- ¡Será Hijo de…!- comenzó mi amiga a decir furiosamente.
- ¿Puta?- contesté intentando sonar graciosa y quitarle hierro al asunto. Si no me lo tomaba a broma me hundiría mucho.
- Sí- nos reímos a la vez. Después de este insulto, Soraya siguió poniendo verde a Joseph. Yo me animé y la seguí con mucho gusto. Cada una nos reíamos de cada cosa.
Vino el dependiente y nos trajeron dos pizzas; una de Jamón y Queso y la otra de Carbonara. Cambiamos de tema. Le comenté lo que pasó en mi trabajo. Ella abrió los ojos como platos. Continué contándole la charla de mi jefe y que me dio cuatro días de vacaciones por lo sucedido. Cuando terminé, mi amiga tenía una de sus sonrisas en la cara. Ese tipo de sonrisas en su rostro no me gustaban nada, pues era una sonrisa pícara y quería decir algo.
domingo, 22 de agosto de 2010
"Vida Sin Luz" Capitulo 3: Segunda parte
Corrí calle abajo todo lo que mis tacones me dejaban. No era la única que me veía corriendo a punto de perder el tren como cada mañana. Sin apenas darme cuenta llegué a la boca del metro y a toda prisa bajé las escaleras para picar mi billete. En esos momentos me acordé del dia de ayer, ya que hace 24 horas en ese mismo momento el sms de Joseph me cambio la vida… Me hundía solo de pensarlo…
Bajaba las escaleras mecánicas y como ayer el tren estaba a punto de irse, a punto de cerrar sus puertas. Y por fin entré, divisé a la misma gente y observe si al menos tendría algún sitio.
Si, había uno, me hice paso entre la gente para poder sentarme y estirar mis pies. Pero cuando fui a sentarme, vi que la persona que estaba sentada al lado me sonaba, su cara la había visto antes y en ese momento aquel chico me sonreía y me miraba con cara de conocerme. Me senté intentando recordar donde le había visto antes.
¡Claro! Era el mismo chico que me cedió el asiento ayer en este tren. Le miré, la verdad que era realmente guapo. En ese instante él también giró la cabeza para mirarme y vió que le observaba. “Mierda, se ha dado cuenta que le miraba”- pensé y giré la cabeza deprisa.
- Buenos días de nuevo guapa- me dijo aquel chico con una sonrisa picara y una mirada que comía.
“Uf, lo que me faltaba, otro baboso Michelle”- pensó mi conciencia mientras ponía los ojos en blanco. Solo pude contestar un “Hola” rotundo sin mirarle a la cara.
Durante todo el trayecto de reojo pude ver como aquel misterioso chico me miraba cada dos por tres y hacía sentirme incomoda. “Si lo sé no me siento”- pensé.
Llegó la parada donde tenía que bajarme. Me levanté a esperar que el tren se parara, pero él me vio y antes de que saliera por las puertas se despidió de mi.
- Adiós, preciosa hasta mañana- me dijo con la misma sonrisa.
Qué asco, por dios… no le conteste, simplemente le saqué el dedo y salí del tren.
¿Cómo podían ser así todos los tíos? Solo le faltaba un babero… Ya pasaba de todos, no esperaba encontrar a nadie que me correspondiera. Solo podía confiar en mi amiga Soraya.
Soraya era una chica alta, rubia, de pelo lacio, algo mas rellenita que yo pero guapísima. Ojos grises, combinados con verde. Sus ojos me encantaban. Tenía mi misma edad y siempre iba monísima. Trabajaba como dependienta en Sfera y siempre que podía pasaba a visitarla a su casa o al trabajo. Era la única persona que aun tenía. Mis demás amigas las había perdido por culpa de querer tanto a un tío… Y luego para nada… Soraya era mi mejor amiga, la que estaba en los buenos y en los malos momentos. En esos momentos la necesitaba, asi que decidí que cuando llegase al trabajo la llamaría para quedar con ella por la tarde. Ella tenía novio, pero le iba mucho mejor que yo, llevaba desde los 18 años con él y era un chico majísimo, atento, cariñoso y jamás la haría daño. Sentía cierta envidia y; aunque me alegraba de que le fuera bien, no entendía por qué yo no tenía la misma suerte…
Pensando en todo esto llegué al hotel, me fui directa al baño y me cambié. El uniforme y los zapatos. Metí los vaqueros en la bolsa para guardarla en la taquilla. Hoy tenía turno hasta las cuatro, una hora mas que ayer, aunque no sabía si lo aguantaría.
La mañana se me hizo eterna, más larga incluso que la de ayer esperando al desgraciado de Joseph. A veces desatendía de mi obligación, me quedaba pensando en las nubes, melancólica, como llevaba todo el maldito día. Hubo una vez que estaba tan… en mi mundo, que no escuché que un matrimonio me reclamaba para darle las llaves de su habitación. Se enfadaron mucho y dijeron que como podía tener este gran hotel una recepción así, tan desatendida.
Tan cabreados se pusieron que me pidieron que llamara al jefe. “Lo que me faltaba”- pensé. Mi jefe se llamaba Marcos, era un hombre de unos treinta años largos, no muy mayor, moreno con los ojos marrones oscuros. Siempre iba con una buena imagen. Era una persona muy amable, atenta, cordial… En fin, nadie diría que era mi jefe. A veces se portaba muy bien conmigo, pero cuando se trataba de cuestión de clientes, me esperaba una buena. “El cliente siempre lleva la razón”- me repetía Marcos una y otra vez. Nos dejaba que le llamáramos por su nombre no como otros jefes firmes y antipáticos. Él era una grandísima persona.
En esto que, llegó Marcos pues le llame a su despacho. Venía un poco cabreado, pero con una sonrisa a los clientes.
- Buenos días señores. Soy Marcos, el jefe de este hotel. ¿Qué ha pasado aquí?- preguntó Marcos mirándome de reojo con cara de enfado.
- Hola señor. Pues mire, que aquí la recepcionista estaba en las nubes y no nos hacía caso, hemos estado como diez minutos llamándola para que nos entregara las llaves de nuestra habitación. Y eso es intolerable, para eso que no venga a trabajar.
“Pero, ¡será exagerada! Maldita vieja…”- pensé para mis adentros.
Yo seguía con mi cara melancólica, que Marcos me notó en cuanto me vio. Con la cabeza agachada y pensando en mis cosas.
- Mm… entiendo… Ahora mismo hablo yo con la señorita. Pero yo mismo os atenderé. Esto no volverá a pasar, esten tranquilos.
- Eso espero, porque si no no vuelvo a pisar este hotel.
Pero la señora parece que le cayó muy bien el jefe, y como Marcos siempre trataba tan amable a los clientes, aquel matrimonio dejó pasar mi error.
Marcos los atendió, les dio las llaves de la habitación y se despidió de ellos cordialmente.
Enseguida que se fueron, vino a hablar conmigo y agaché de nuevo la cabeza porque sabía que me esperaba una buena.
- Michelle, ¿me puedes explicar qué te pasa para que esos señores se hayan cabreado tanto? Ya veo yo también que estas en las nubes… Así no se puede venir a trabajar. Los problemas personales se dejan fuera de esa puerta- dijo Marcos algo enfadado y señalando la entrada del hotel.
- Lo sé señor, disculpé, pero es que… hoy no es un buen día para mi…
- Mírame Michelle- dijo con un tono amable ahora y levantándome la barbilla para que pudiera mirarlo.
En esos momentos, no sé por qué, una lágrima recorría mi mejilla.
- Ey, ¿Pero que ha pasado pequeña?- decía secándome las lágrimas.
- Nada señor no se preocupe, son tonterías…
- No me llames señor Michelle, sabes que puedes contármelo, a parte de tu jefe soy tu amigo.
- Lo sé…, le prometo que este malentendido no volverá a pasar…- decía agachando la cabeza de nuevo.
- Creo que lo mejor será que te tomes unos días, no puedes seguir así en este estado. No te preocupes, descansa, y cuando te sientas mejor me llamas para reincorporarte.
- Pero señor yo… no…
- Shh, no hay más que hablar, no te echo simplemente te doy unos días de vacaciones, aunque creo que te voy a poner limite, ahora hay mucha gente… Te doy cuatro días… Recogé tus cosas y mejorate. Sea lo que sea, no te preocupes, sigue adelante…- me decía poniéndome una mano en el hombro.
- Está bien señor, no sé como agradecérselo…
- No te preocupes, para eso estamos. Yo me voy, adiós Michelle.
- Adiós Marcos.
Verdaderamente increíble, ¿verdad? Marcos era un gran amigo y siempre tan amable y considerado… Pues asi fue, recogí mis cosas, me cambié y me fui a casa, a eso de la una de la tarde.
Bajaba las escaleras mecánicas y como ayer el tren estaba a punto de irse, a punto de cerrar sus puertas. Y por fin entré, divisé a la misma gente y observe si al menos tendría algún sitio.
Si, había uno, me hice paso entre la gente para poder sentarme y estirar mis pies. Pero cuando fui a sentarme, vi que la persona que estaba sentada al lado me sonaba, su cara la había visto antes y en ese momento aquel chico me sonreía y me miraba con cara de conocerme. Me senté intentando recordar donde le había visto antes.
¡Claro! Era el mismo chico que me cedió el asiento ayer en este tren. Le miré, la verdad que era realmente guapo. En ese instante él también giró la cabeza para mirarme y vió que le observaba. “Mierda, se ha dado cuenta que le miraba”- pensé y giré la cabeza deprisa.
- Buenos días de nuevo guapa- me dijo aquel chico con una sonrisa picara y una mirada que comía.
“Uf, lo que me faltaba, otro baboso Michelle”- pensó mi conciencia mientras ponía los ojos en blanco. Solo pude contestar un “Hola” rotundo sin mirarle a la cara.
Durante todo el trayecto de reojo pude ver como aquel misterioso chico me miraba cada dos por tres y hacía sentirme incomoda. “Si lo sé no me siento”- pensé.
Llegó la parada donde tenía que bajarme. Me levanté a esperar que el tren se parara, pero él me vio y antes de que saliera por las puertas se despidió de mi.
- Adiós, preciosa hasta mañana- me dijo con la misma sonrisa.
Qué asco, por dios… no le conteste, simplemente le saqué el dedo y salí del tren.
¿Cómo podían ser así todos los tíos? Solo le faltaba un babero… Ya pasaba de todos, no esperaba encontrar a nadie que me correspondiera. Solo podía confiar en mi amiga Soraya.
Soraya era una chica alta, rubia, de pelo lacio, algo mas rellenita que yo pero guapísima. Ojos grises, combinados con verde. Sus ojos me encantaban. Tenía mi misma edad y siempre iba monísima. Trabajaba como dependienta en Sfera y siempre que podía pasaba a visitarla a su casa o al trabajo. Era la única persona que aun tenía. Mis demás amigas las había perdido por culpa de querer tanto a un tío… Y luego para nada… Soraya era mi mejor amiga, la que estaba en los buenos y en los malos momentos. En esos momentos la necesitaba, asi que decidí que cuando llegase al trabajo la llamaría para quedar con ella por la tarde. Ella tenía novio, pero le iba mucho mejor que yo, llevaba desde los 18 años con él y era un chico majísimo, atento, cariñoso y jamás la haría daño. Sentía cierta envidia y; aunque me alegraba de que le fuera bien, no entendía por qué yo no tenía la misma suerte…
Soraya
Pensando en todo esto llegué al hotel, me fui directa al baño y me cambié. El uniforme y los zapatos. Metí los vaqueros en la bolsa para guardarla en la taquilla. Hoy tenía turno hasta las cuatro, una hora mas que ayer, aunque no sabía si lo aguantaría.
La mañana se me hizo eterna, más larga incluso que la de ayer esperando al desgraciado de Joseph. A veces desatendía de mi obligación, me quedaba pensando en las nubes, melancólica, como llevaba todo el maldito día. Hubo una vez que estaba tan… en mi mundo, que no escuché que un matrimonio me reclamaba para darle las llaves de su habitación. Se enfadaron mucho y dijeron que como podía tener este gran hotel una recepción así, tan desatendida.
Tan cabreados se pusieron que me pidieron que llamara al jefe. “Lo que me faltaba”- pensé. Mi jefe se llamaba Marcos, era un hombre de unos treinta años largos, no muy mayor, moreno con los ojos marrones oscuros. Siempre iba con una buena imagen. Era una persona muy amable, atenta, cordial… En fin, nadie diría que era mi jefe. A veces se portaba muy bien conmigo, pero cuando se trataba de cuestión de clientes, me esperaba una buena. “El cliente siempre lleva la razón”- me repetía Marcos una y otra vez. Nos dejaba que le llamáramos por su nombre no como otros jefes firmes y antipáticos. Él era una grandísima persona.
En esto que, llegó Marcos pues le llame a su despacho. Venía un poco cabreado, pero con una sonrisa a los clientes.
- Buenos días señores. Soy Marcos, el jefe de este hotel. ¿Qué ha pasado aquí?- preguntó Marcos mirándome de reojo con cara de enfado.
- Hola señor. Pues mire, que aquí la recepcionista estaba en las nubes y no nos hacía caso, hemos estado como diez minutos llamándola para que nos entregara las llaves de nuestra habitación. Y eso es intolerable, para eso que no venga a trabajar.
“Pero, ¡será exagerada! Maldita vieja…”- pensé para mis adentros.
Yo seguía con mi cara melancólica, que Marcos me notó en cuanto me vio. Con la cabeza agachada y pensando en mis cosas.
- Mm… entiendo… Ahora mismo hablo yo con la señorita. Pero yo mismo os atenderé. Esto no volverá a pasar, esten tranquilos.
- Eso espero, porque si no no vuelvo a pisar este hotel.
Pero la señora parece que le cayó muy bien el jefe, y como Marcos siempre trataba tan amable a los clientes, aquel matrimonio dejó pasar mi error.
Marcos los atendió, les dio las llaves de la habitación y se despidió de ellos cordialmente.
Enseguida que se fueron, vino a hablar conmigo y agaché de nuevo la cabeza porque sabía que me esperaba una buena.
- Michelle, ¿me puedes explicar qué te pasa para que esos señores se hayan cabreado tanto? Ya veo yo también que estas en las nubes… Así no se puede venir a trabajar. Los problemas personales se dejan fuera de esa puerta- dijo Marcos algo enfadado y señalando la entrada del hotel.
- Lo sé señor, disculpé, pero es que… hoy no es un buen día para mi…
- Mírame Michelle- dijo con un tono amable ahora y levantándome la barbilla para que pudiera mirarlo.
En esos momentos, no sé por qué, una lágrima recorría mi mejilla.
- Ey, ¿Pero que ha pasado pequeña?- decía secándome las lágrimas.
- Nada señor no se preocupe, son tonterías…
- No me llames señor Michelle, sabes que puedes contármelo, a parte de tu jefe soy tu amigo.
- Lo sé…, le prometo que este malentendido no volverá a pasar…- decía agachando la cabeza de nuevo.
- Creo que lo mejor será que te tomes unos días, no puedes seguir así en este estado. No te preocupes, descansa, y cuando te sientas mejor me llamas para reincorporarte.
- Pero señor yo… no…
- Shh, no hay más que hablar, no te echo simplemente te doy unos días de vacaciones, aunque creo que te voy a poner limite, ahora hay mucha gente… Te doy cuatro días… Recogé tus cosas y mejorate. Sea lo que sea, no te preocupes, sigue adelante…- me decía poniéndome una mano en el hombro.
- Está bien señor, no sé como agradecérselo…
- No te preocupes, para eso estamos. Yo me voy, adiós Michelle.
- Adiós Marcos.
Verdaderamente increíble, ¿verdad? Marcos era un gran amigo y siempre tan amable y considerado… Pues asi fue, recogí mis cosas, me cambié y me fui a casa, a eso de la una de la tarde.
viernes, 20 de agosto de 2010
"Vida Sin Luz" Capitulo 3: Primera parte
No podía creer lo que estaban viendo mis ojos, no, no podía estar pasándome otra vez.
- ¿Por qué? ¿Por qué a mi? ¿Tan mala novia soy?- me decía para mis adentros.
No pude evitar que alguna que otra lágrima resbalara por mi mejilla, me sentía sucia, manipulada, me manejó como quiso, siempre me tuvo a su disposición…
¿Pero como pude ser tan idiota de caer de nuevo en el juego? Después de dos veces, he vuelto a caer una tercera. Sabía que esto pasaría, por algo no quería hacer nada…
- Seré estúpida…- me repetía una y otra vez.
No sabía si lamentarme, si seguir llorando por su marcha, o patalear y gritar por la rabia que me daba el haber cometido de nuevo el mismo error, el haber caído de nuevo en su trampa…
- ¡¡Aghhh!! Serás cabrón. Y que “no me busques”. No si tranquilo, te va buscar tu madre, ¡hijo de puta!- gritaba como si le tuviera delante.
De la rabia que aun sentía, cogí la nota, la quité de la nevera y la rompí con fuerza, con odio, con furia, hasta despedazarla en trocitos pequeños y después acabó en la basura.
- Púdrete en el infierno Joseph- decía mientras tiraba la nota.
No sabía qué hacer, tenia quince minutos para ducharme, vestirme, y desayunar algo, porque definitivamente no me daba tiempo a hacer la cama…
No tenía ganas ni de ir a trabajar, pero a duras penas tenía que ir, hacer como si no hubiera pasado nada… Tragarme la rabia y las lágrimas…
Empecé a dar vueltas por el salón, de allá para acá. Pensando, no sé en qué, en todas los últimos momentos que Joseph me izo pasar, en el dialogo de la comida, en mis palabras… Fui demasiado tonta, di enseguida mi brazo a torcer… No tenía que haberle hecho caso… Sabía yo que no era una buena opción… Pero le quiero tanto… ¡No! Mejor dicho, le quería, ahora no puedo ni mostrar algo de cariño hacia su persona, solo imaginármelo me dan ganas de matarle…
Se va enterar, algún día se enterara de quien es Michelle Iglesias Jiménez. Que se ha creído ese mal nacido…
- Uff…- suspiré sacudiendo la cabeza para dejar de pensar en él.- Vamos Michelle, el trabajo te espera, se fuerte- dije para mí misma.
Asi que decidida fui hacia la habitación mientras me secaba las últimas lágrimas que seguían en mis mejillas. Llegué y sin mirar el desastre que tenía me dirigí hacia el baño a ducharme y despejarme.
En mi garganta se había formado un nudo, como cuando quieres llorar pero no es el momento, o cuando deseas gritar pero tampoco puedes… Un nudo así, que no me dejaba apenas hablar ni respirar y hacía que estuviese mas melancólica. Mientras el agua caía por mi cabeza y recorría mi piel, seguía viniéndome a la mente su rostro, sus ojos, sus besos, sus labios, su cuerpo, su todo… Y hacían que sin poder evitarlo apretara los dientes con rabia y comenzara de nuevo a llorar como una tonta mientras me duchaba.
Después de cinco minutos salí de la ducha, había tardado más, pues no me encontraba con muchos ánimos. Me tapé con la toalla y como cada mañana elegí conjunto. No es que tuviera muchas ganas de salir a la calle pero ya que tenía que hacerlo no me iba a quedar atrás e iba a ir bien vestida, deslumbrante como siempre. No quería darle el placer a Joseph de que me viera sufrir por él.
Así que con la cabeza bien alta, elegí unos pantalones pitillo vaqueros y mi camiseta de escote blanca ajustada de manga larga. Sencilla, pero mona. Así era como me gustaba a mí y me sentía bien conmigo misma a pesar de que odiara mi físico. Me cogí también mis tacones rojos para llevarlos puestos hasta el trabajo. Tenía la bolsa del uniforme del trabajo en el sofá, donde seguía la chaquetita blanca de ayer que ni siquiera me molesté en sacarla. La bolsa la acababa de recoger del suelo ya que Joseph me la había quitado por el pasillo ayer a las seis de la tarde para… ¡Ais… maldito cerdo!- pensé.
Me sequé el pelo recién lavado, no es que lo tuviera sucio, pero después de aquella noche movidita con Joseph quería deshacerme hasta de su olor en cualquier parte de mi cuerpo.
Cogí corriendo el secador y lo sequé por encima, pues como me fuera con el pelo mojado un día de estos iba a pillar un gran resfriado.
Lo dejé suelto como todos los días. Me maquillé un poco: rímel, raya, algo de colorete y esta vez pinté mis labios rojos, de forma que fueran algo más sexys. Já pero que bien iba. Me sentía orgullosa de mi misma. Intentaba con todas mis fuerzas ser fuerte y tener valor y coraje para seguir mi vida normal, o mejor que desde que estaba Joseph. Si, un tío que; como los otros, solo me había utilizado para follar conmigo, hablando mal.
- ¡Qué asco dan! Los odio a todos... Luis, Raúl, Joseph…- me decía para mi misma mirándome en el espejo y sonriendo de forma malvada.
Solté un suspiro, cansada de pensar en ellos, o mejor dicho en él. Miré el reloj, las siete y media, como no me diera prisa iba a perder el tren. Me miré por última vez en el espejo, salí de la habitación a toda prisa, cogí el bolso que estaba en el sofá y la bolsa del uniforme. No había desayunado, pero no me entraba nada, además de que no me daba tiempo.
Cogí las llaves y cerré la puerta.
La misma gente de todas las mañanas, el mismo tráfico, todo igual, rutinario. Parecía como si nada hubiera cambiado en el exterior, pero dentro de mí, mi vida había dado un vuelco rotundo de la noche a la mañana. No sabía si me encontraba con fuerzas para tragarme todo el dolor y el sufrimiento, para trabajar como cada mañana pero hoy con una sonrisa forzada en mi cara.
Respiré hondo para enfrentarme a un día de trabajo insoportable y sin haber desayunado.
- ¿Por qué? ¿Por qué a mi? ¿Tan mala novia soy?- me decía para mis adentros.
No pude evitar que alguna que otra lágrima resbalara por mi mejilla, me sentía sucia, manipulada, me manejó como quiso, siempre me tuvo a su disposición…
¿Pero como pude ser tan idiota de caer de nuevo en el juego? Después de dos veces, he vuelto a caer una tercera. Sabía que esto pasaría, por algo no quería hacer nada…
- Seré estúpida…- me repetía una y otra vez.
No sabía si lamentarme, si seguir llorando por su marcha, o patalear y gritar por la rabia que me daba el haber cometido de nuevo el mismo error, el haber caído de nuevo en su trampa…
- ¡¡Aghhh!! Serás cabrón. Y que “no me busques”. No si tranquilo, te va buscar tu madre, ¡hijo de puta!- gritaba como si le tuviera delante.
De la rabia que aun sentía, cogí la nota, la quité de la nevera y la rompí con fuerza, con odio, con furia, hasta despedazarla en trocitos pequeños y después acabó en la basura.
- Púdrete en el infierno Joseph- decía mientras tiraba la nota.
No sabía qué hacer, tenia quince minutos para ducharme, vestirme, y desayunar algo, porque definitivamente no me daba tiempo a hacer la cama…
No tenía ganas ni de ir a trabajar, pero a duras penas tenía que ir, hacer como si no hubiera pasado nada… Tragarme la rabia y las lágrimas…
Empecé a dar vueltas por el salón, de allá para acá. Pensando, no sé en qué, en todas los últimos momentos que Joseph me izo pasar, en el dialogo de la comida, en mis palabras… Fui demasiado tonta, di enseguida mi brazo a torcer… No tenía que haberle hecho caso… Sabía yo que no era una buena opción… Pero le quiero tanto… ¡No! Mejor dicho, le quería, ahora no puedo ni mostrar algo de cariño hacia su persona, solo imaginármelo me dan ganas de matarle…
Se va enterar, algún día se enterara de quien es Michelle Iglesias Jiménez. Que se ha creído ese mal nacido…
- Uff…- suspiré sacudiendo la cabeza para dejar de pensar en él.- Vamos Michelle, el trabajo te espera, se fuerte- dije para mí misma.
Asi que decidida fui hacia la habitación mientras me secaba las últimas lágrimas que seguían en mis mejillas. Llegué y sin mirar el desastre que tenía me dirigí hacia el baño a ducharme y despejarme.
En mi garganta se había formado un nudo, como cuando quieres llorar pero no es el momento, o cuando deseas gritar pero tampoco puedes… Un nudo así, que no me dejaba apenas hablar ni respirar y hacía que estuviese mas melancólica. Mientras el agua caía por mi cabeza y recorría mi piel, seguía viniéndome a la mente su rostro, sus ojos, sus besos, sus labios, su cuerpo, su todo… Y hacían que sin poder evitarlo apretara los dientes con rabia y comenzara de nuevo a llorar como una tonta mientras me duchaba.
Después de cinco minutos salí de la ducha, había tardado más, pues no me encontraba con muchos ánimos. Me tapé con la toalla y como cada mañana elegí conjunto. No es que tuviera muchas ganas de salir a la calle pero ya que tenía que hacerlo no me iba a quedar atrás e iba a ir bien vestida, deslumbrante como siempre. No quería darle el placer a Joseph de que me viera sufrir por él.
Así que con la cabeza bien alta, elegí unos pantalones pitillo vaqueros y mi camiseta de escote blanca ajustada de manga larga. Sencilla, pero mona. Así era como me gustaba a mí y me sentía bien conmigo misma a pesar de que odiara mi físico. Me cogí también mis tacones rojos para llevarlos puestos hasta el trabajo. Tenía la bolsa del uniforme del trabajo en el sofá, donde seguía la chaquetita blanca de ayer que ni siquiera me molesté en sacarla. La bolsa la acababa de recoger del suelo ya que Joseph me la había quitado por el pasillo ayer a las seis de la tarde para… ¡Ais… maldito cerdo!- pensé.
Me sequé el pelo recién lavado, no es que lo tuviera sucio, pero después de aquella noche movidita con Joseph quería deshacerme hasta de su olor en cualquier parte de mi cuerpo.
Cogí corriendo el secador y lo sequé por encima, pues como me fuera con el pelo mojado un día de estos iba a pillar un gran resfriado.
Lo dejé suelto como todos los días. Me maquillé un poco: rímel, raya, algo de colorete y esta vez pinté mis labios rojos, de forma que fueran algo más sexys. Já pero que bien iba. Me sentía orgullosa de mi misma. Intentaba con todas mis fuerzas ser fuerte y tener valor y coraje para seguir mi vida normal, o mejor que desde que estaba Joseph. Si, un tío que; como los otros, solo me había utilizado para follar conmigo, hablando mal.
- ¡Qué asco dan! Los odio a todos... Luis, Raúl, Joseph…- me decía para mi misma mirándome en el espejo y sonriendo de forma malvada.
Solté un suspiro, cansada de pensar en ellos, o mejor dicho en él. Miré el reloj, las siete y media, como no me diera prisa iba a perder el tren. Me miré por última vez en el espejo, salí de la habitación a toda prisa, cogí el bolso que estaba en el sofá y la bolsa del uniforme. No había desayunado, pero no me entraba nada, además de que no me daba tiempo.
Cogí las llaves y cerré la puerta.
La misma gente de todas las mañanas, el mismo tráfico, todo igual, rutinario. Parecía como si nada hubiera cambiado en el exterior, pero dentro de mí, mi vida había dado un vuelco rotundo de la noche a la mañana. No sabía si me encontraba con fuerzas para tragarme todo el dolor y el sufrimiento, para trabajar como cada mañana pero hoy con una sonrisa forzada en mi cara.
Respiré hondo para enfrentarme a un día de trabajo insoportable y sin haber desayunado.
martes, 17 de agosto de 2010
"Vida Sin Luz" Capítulo 2 : Segunda Parte
Después de la conversación, nos acercaron los primeros platos que habíamos pedido. Comimos muy bien. La ensalada estaba riquísima y el pollo en su punto. Cuando terminamos, nos pusieron en la mesa el segundo plato. También estaba exquisito. El queso estaba fundido y tenia forma de pirámide. Sin darnos cuenta, Joseph y yo nos bebimos la botella de vino. Estaba dispuesto a pedir otra, pero yo le frené. Si bebía más, iba a explotar de la borrachera y del calor. Vaya calor que mete el vino. Se acercó el camarero y nos quitó el plato vacio de ambos. Nos preguntó si queríamos postres y aceptamos. Me apetecía algo de chocolate, asique empecé a buscar en la carta. Tenía pensado en un helado, pero vi en la carta algo que me llamó la atención; la sorpresa de chocolate. Era una magdalena con una fresa y salsa de chocolate esparcido por el plato con dos hojas verdes. Joseph se pidió un mousse de maracuyá. Decía que estaba delicioso. Durante la comida no habíamos vuelto a dirigirnos la palabra, pero si hacíamos miraditas. Él de deseo y perversión, yo con deseo y ganas. La verdad, que no podría seguir estando así, porque esta vez me dejarían por no tener sexo conmigo; aunque no se qué sería peor.
Terminamos de comer, poniéndole la guinda con un chupito de crema de orujo. Es del mismo color y textura que el baily’s. Joseph pidió la cuenta y me agarró de la muñeca suavemente, pero tirándome con brusquedad sin llegar al punto de hacerme daño. Eso me excitó. Dejó un billete de veinte euros y nos marchamos, dejándole buena propina al camarero. Lo bueno de comer en ese restaurante, es que vivía cerca de ahí; en un par de calles más arriba. Saqué las llaves y subimos por las escaleras, ya que mi ascensor estaba estropeado. A saber porqué. Cuando llegamos a mi casa, Joseph me desprendió de todo lo que tenía en las manos; bolso, llaves, bolsa con el uniforme de trabajo… y me lo tiró en el suelo del pasillo. Me agarró de la cintura y apoyó mi espalda en la puerta de la calle con brusquedad; haciéndome un poco de daño en la espalda, pero fue el suficiente para que me excitara más. Automáticamente me arqueé y él me besó con fuerza y ganas; yo le correspondí.
Me movió de la puerta y me llevó, sin dejar de besarme salvajemente, hasta el dormitorio. Se desprendió de mi pero sin soltarme de la cintura y mirándome a los ojos; me sonrió. No me dio tiempo a devolverle la sonrisa, pues se arrimó a mí y caímos juntos en la cama; estando él encima y yo debajo. Me vino un poco de lucidez y pensé que sería un error. Quería hacerlo, pero no hoy; no ahora que estábamos borrachos como cubas. Joseph estaba ocupado mordiéndome la oreja y aunque me gustaba, decidí parar toda la situación. Me incliné y lo aparté a un lado.
- ¿Qué haces?- me preguntó indignado con la voz un poco borracha. Casi me entra la risa. Yo estaba borracha pero sabía lo que hacía y no tenía esa voz que se te pone cuando estás muy borracho, que casi ni se entiende. Él aún se le entendía, pero poco le faltaba.
- Apartándome. No puedo hacerlo, no hoy.
- Venga Michelle, cariño. No me puedes dejar así- comentó apuntando en dirección a su erección. Volví a contenerme la risa al fijarme en su cara de pena.
- ¿No puedes esperar a otro día?
- ¿No me ves que no?- se acercó y me agarró de la cintura. Me recorrió su tacto cálido hasta hacerme perder la cordura. Se me quedó demasiado cerca, le agarré del cuello y le besé de nuevo con pasión y con ganas. Tanta efusividad no sé si es buena. Volvimos a la cama y él me quitó demasiado rápido la ropa; sin saber que me la quitaba por las ganas o por si cambiaba de idea. Creo que un poco de las dos cosas. Empezó humedeciéndose un dedo y me lo introdujo, haciendo círculos. Yo no paraba de gemir pidiendo más. Después introdujo otro y siguió moviéndolos en círculos. Con el pulgar empezó a frotar mi clítoris, haciendo que me retorciera del gusto. No aguantaba más y le pedí que se introdujera en mí, quería sentirlo. Él obedeció. Se quitó los pantalones y los tiró a un lado del dormitorio. Se puso el condón y se adentró en mí, haciéndome vibrar. Después de un largo rato con el vaivén y haciendo varias posturas, terminamos extasiados, llegando al orgasmo juntos. Al terminar, me quedé vagando en mi mente. Sentía un cosquilleo por haberlo hecho; no estaba segura si había elegido bien de las dos opciones. Miré a Joseph durante un ratito y la verdad, ha sido muy paciente y bueno conmigo, asique estoy feliz por haber tomado esta decisión. Espero no equivocarme. Reconozco que sentía miedo y una parte de mí me decía que no lo hiciera, pero cuando está el deseo y el alcohol de por medio, mis sentidos no responden tan bien como debería. Joseph ya estaba dormido y yo me dormí con las imágenes de aquella noche especial en mi mente.
A la mañana siguiente, me desperté demasiado sonriente. Sería la falta de sexo lo que me amargaba. Me reí sola. Giré la cabeza a mi izquierda para darle los buenos días a mí chico pero no estaba. Pensé que estaba en el baño asique fui a comprobarlo.
- ¿Joseph? – pregunté despreocupada. Volví a preguntar varias veces, tocando la puerta con los nudillos pero recibía la misma respuesta; silencio.
Me empecé a preocupar. Fui a mi bolso, donde estaba en el mismo lugar que lo dejé anoche y vi que no tenía nada en el móvil. Miré el reloj de mi teléfono y solo me quedaba media hora para desayunar e ir a trabajar. Recogí lo del suelo rápidamente y lo coloqué en el sofá. Ya lo recogeré cuando venga. Fui a la cocina y cuando me acerqué a la nevera, divisé una nota. Me acerqué y lo leí.
“Gracias cariño, ha sido una velada espléndida pero creo que lo nuestro no funcionaria, no me has dado todo lo que yo esperaba de ti. Me marcho. Por favor, no me busques. Joseph”.
"Vida Sin Luz" Capítulo 2 : Primera Parte
CAPÍTULO 2
Bajé del metro y me dirigí a mi puesto de trabajo; en el hotel más lujoso de Madrid llamado Hotel Sieteislas. No estaba muy lejos pero había que andar un trozo igualmente. Cuando llegué, entré en un cuarto pequeño. Era el cuarto de la limpieza y solo entraba los utensilios para dicha actividad, asique me cambié como pude. Terminé; metí mi ropa en la misma bolsa donde tenía guardado el uniforme y me la llevé a la taquilla. No me gustaba dejar la bolsa en el cuarto, no siendo que desapareciera. Me puse a trabajar. Mi trabajo consiste en atender llamadas, dar las llaves a los nuevos huéspedes e informar de viajes y rutas, pero esta vez estaba diferente. No paraba de darle vueltas al mensaje de Joseph. Llevábamos poco tiempo saliendo y aun no hemos tenido relaciones sexuales; no porque no lo deseara, sino porque quería sentirme segura de que esta vez si iba a funcionar. Mis otros novios, nada más hacerlo conmigo, me dejaron. Eso sí, tardaron una semana en dejarme, para que no sospechara. Me quedé hecha polvo y no quería sentirme igual. Con el mismo pensamiento durante toda la mañana, llegó el fin de mi turno. Hoy terminé a las tres ya que vino mi sustituta para recuperar horas. Cogí la bolsa y me volví de nuevo al cuarto. La próxima vez me cambio en el baño, era muy incómodo. Cuando terminé, lo metí de nuevo en la bolsa. Salí y ahí estaba él. Joseph. Era bastante guapo, por lo menos para mi gusto. Hoy parecía que vestía diferente o eso era mi impresión. Llevaba unos pantalones finos, de traje; con una camisa blanca y una corbata negra, del mismo color que los pantalones. El pelo lo llevaba revuelto, casi diría que sin peinar, lo que le hacia un toque muy sexy. Él es moreno, con ojos azules. Labios finos y carnosos con una nariz grande, recta y terminada en punta. La nariz le hacía más sexy. Estaba apoyado en el asiento de su gran moto marca Thruxton de color negro y alargada.
Caminé con velocidad pausada a causa de los tacones del trabajo. Mis pies estaban destrozados y solo quería llegar a casa para descansar. Cuando llegué a donde Joseph, él me agarró de la cintura y me acercó más a su cuerpo, haciendo que encorvara mi espalda. Yo automáticamente le agarré del cuello y me besó apasionadamente, con más sentimiento que otros días y eso me dejó preocupada; haciendo que recordara el mensaje de esa mañana. Me incorporé y él me dio otro beso, pero más casto. Estuvimos hablando sobre que tal el día y me dijo que me invitaba a comer. Nos montamos en su moto y me abracé fuerte a él. No me hacían mucha gracia las motos, pero tengo que reconocer que da una sensación de paz y libertad. El camino se me hizo bastante corto, o eso creo. Bajamos de la moto y vi que estábamos en la puerta de un restaurante, pero no cualquiera. Era el restaurante más lujoso de Madrid, llamado Restaurante Jhambala. La puerta era de cristal, ocupando toda la fachada de la entrada. Se abría mediante sensor de movimientos. La puerta tenía letras pequeñas de color verde con un poco de sombras, en diagonal. Dentro se veía un ambiente tranquilo y romántico. Lucia un toque rústico y como si se estuviese dentro de un bosque, pues la luz era tenue; de color verde con mesas color marrón, a juego con la decoración de pequeños troncos de árboles. Entramos y esperamos a que el caballero de traje y pajarita nos atendiera. Me fijé en el ambiente. Era precioso. En la entrada se ubicaba una mesa blanca en la parte izquierda, junto a la pared con unas velas. De fondo hay un descansillo con sillas para acomodarse y esperar. Salió el camarero y nos llevo al comedor, que estaba a mano derecha. Nos llevó a una mesa apartada para dos. Las mesas eran de color negro, a juego con las sillas; pero tenía en el asiento y en el respaldo unos cojines de color blanco. Me estaba quedando alucinada, pues la decoración era preciosa. Las columnas parecían botijos por las formas ovaladas y toques andaluces que aparentaban. Eran de color blanco también. En las mesas tenían dos papeles, haciendo de mantel para los comensales de color verde. Las servilletas eran de color naranja y había tres cubiertos en cada lado. Observé que al fondo del comedor había otra salita; donde divisé sofás y camas para relajarse. Había una especie de chimenea en la pared del fondo, donde alumbraba la estancia de las camas y los sofás aparte de las luces tenues de color verde. Estaba decorada por cajas negras y cachimbas de varios colores. En el comedor, presidia velas en cada mesa; velas azules cielo.
No podía creerme que Joseph me hubiera traído a un restaurante tan lujoso y romántico. Nunca me había invitado a un lugar tan caro; seguro querría hablar de algo bastante importante para él. Se acercó el camarero y trajo la carta, sacándome de mis pensamientos. Joseph levantó la mano y el camarero vino deprisa, inclinándose hacia mi chico para prestarle atención.
- Tráenos una botella del mejor vino que tengas- comenzó hablando al camarero y terminó mirándome con ojos que no descubrí bien. ¿Eran de deseo?
- Ahora mismo- contestó el camarero haciendo una mini reverencia y marchándose.
Miré la carta y había cosas bastante apetecibles, pero se me antojó algo; una ensalada de espinacas, mango y pollo en tempura. De segundo plato, me pedí unos bocaditos de polenta rellenos de pisto con fondue de queso. Justo cuando cerré la carta regresó el camarero. Poseía en la mano derecha un vino tinto llamado Exún Pasión. Nos lo sirvió en la copa. Mientras que Joseph pedía lo que queríamos; y yo se lo iba diciendo, probé el vino. Estaba buenísimo. El camarero dejó la botella en la mesa y se fue con las cartas. Joseph me miró a los ojos y me sonrió. Le devolví la sonrisa.
- Te estarás preguntando para que te he traído aquí- comenzó aun sonriendo.
- ¿Para hablar?- contesté con un poco de obviedad y asustada por lo que querría hablar conmigo.
- Sí- rió- , para hablar seriamente- continuó sin quitar esa sonrisa de la cara. ¿Qué hacia tanta gracia? ¿Disfrutaba con mi sufrimiento o qué?
- Pues hablemos. Soy todo oídos- le incité para que continuara. Me estaba desesperando con tanta intriga.
- Llevamos dos meses y creo que he aguantado suficiente. Necesito que unamos nuestros cuerpos. Te deseo y no puedo controlarlo más- empezó a hablar con un tono de desesperación que intentó ocultar sin éxito.
- Ya sabes que no estoy muy segura. Tengo miedo de que me dejes como los anteriores- le dije un poco triste.
- Yo te he demostrado que no soy así. He esperado estos dos meses por ti, porque te quiero; y quería que esto fuera especial, por eso te he traído aquí. Quiero demostrarte que eres especial para mí. Por favor- comentó afligido, pues en los ojos se le veía desesperación.
- Te entiendo; y créeme que yo también tengo ganas.
- Por favor.
- Hacemos una cosa. Primero disfrutamos de la comida, y ya veremos que sucede, ¿vale?- intenté animarlo; y ya de paso, darme tiempo a pensarlo bien.
- Bueno, pero esta noche no te me escaparás. Tenlo por seguro- terminó la conversación con una sonrisa lujuriosa.
domingo, 15 de agosto de 2010
"Vida Sin Luz" Capitulo 1 : Segunda parte
Terminé de elegir conjunto, pantalones vaqueros pitillo y camiseta de tirantes verde, sin faltar la chaquetita blanca de algodón para por las mañanas, pues aun era Marzo y hacía un poco de frio. No valía la pena hacer mucho hincapié en el conjunto pues en el trabajo necesitaba uniforme del hotel. Le cogí del armario también y le eché a la bolsa. Camiseta de cuello blanca con el logotipo del hotel y el nombre, y falda por debajo de la rodilla verde oscura. Con tacones negros anchos que tenias que aguantar durante ocho horas, desde las ocho de la mañana, hasta las cuatro de la tarde que terminaba mi turno. Inaguantable lo sé, pero ya me había acostumbrado, aunque de camino al trabajo siempre solía llevar sandalias con algo de cuña pero que eran mas cómodas que los dichosos tacones del uniforme. Me peiné sin dejar que mi pelo se secara del todo, deje mi melena libre, sin recogidos, para que se pudiera secar con el viento hasta que llegara al trabajo. Me maquillé de forma natural y sencilla. Sobre todo resaltaba mis ojos, me encantaba aunque a veces también enrojecía mis labios. Pero esta vez solo hice hincapié en los ojos, me di un poco de colorete y solo un brillo de labios, para hacerlos más atractivos. Me apresuré a hacer la cama en tres minutos y medio. Como ya he dicho lo tenía todo cronometrado, a no ser que me entretuviese con algo. Elegí mi bolso grande donde llevaba todo lo que una mujer lleva para todo el día. Los típicos bolsos que los llenas hasta arriba con miles de cosas que a veces son innecesarias y acabas dislocándote el hombro por tanto peso, pues si, de esos. Sin contar que además tenía que llevar la bolsa del uniforme en la mano.
“Ais pero que vida más desgraciada”- pensé para mis adentros.
Las siete y media, no me daba ni tiempo a desayunar, así estaba, que adelgazaba por momentos porque no paraba ni para tomar algo. Cogí el bolso, eché el móvil, las llaves de la taquilla del hotel y las llaves de casa.cogí también la bolsa donde llevaba el uniforme y los tacones. Me pasé por la cocina, di un trago de leche y me cogi una galleta para el camino. Cerré la puerta con llave y salí decidida de casa, para enfrentarme a una mañana rutinaria en el centro de Madrid.
Como todos los días la gente corría hacia la entrada de metro porque ya perdían el tren de cada mañana, o se apresuraban para coger el bus de las siete y media y no llegar tarde al trabajo. Otros preferían ir en coche y las calles de Madrid ya se colapsaban a esas horas. Era agobiante, pero ya me había acostumbrado. La entrada de metro no estaba muy lejos de mi casa, solo tenía que subir la calle y cruzar hacia la otra acera.
En esos momentos me acordé de Joseph, ahora mismo estaría camino al trabajo. Trabajaba en un banco, Caja Madrid, si mal no recuerdo. Él si que era rico y no como yo que iba sustentándome como podía, pero de vez en cuando me ofrecía ayuda económica.
Llegué a la boca del metro y me sumergí entre aquellos oscuros pasillos y el gritido de las gentes.
Pipi, pipi. Un mensaje en mi móvil. Pero ahora no tenía tiempo si quiera de sacarlo, el tren estaba esperando ya a punto de salir. Pique el billete lo más deprisa que pude y bajé las escaleras mecánicas haciéndome paso entre la gente.
Pipipipipipi… el sonido de cierre de las puertas del tren daba su señal que saldría en unos segundos, bajé el último escalón y en dos zancadas me metí en el tren. Justo después las puertas cerraron.
“Uff por los pelos”- pensé y suspiré.
Ni si quiera había sitio para sentarse. Suspiré cansada, como siempre. Pero un chico joven me vio y se quedó deslumbrado por mi belleza. Lo sé porque no dejaba de mirarme y lo primero que hizo fue ofrecerme el sitio. Le dí las gracias sin ni siquiera fijarme mucho en él. Saqué el móvil de mi bolso y me decidí a leer el mensaje que había recibido hace unos minutos.
Era de Joseph. Como cada mañana me daba los buenos días.
“Buenos días cariño. ¿Cómo está mi princesita hoy? Paso a recogerte a la entrada del hotel cuando salgas. Tengo ganas de ti cielo. Y necesito hablar contigo, es importante. Un beso te quiero.”
Encantador como siempre, pero… ¿qué era eso tan importante que tenía que decirme? No me daba buena espina, cuando un hombre pronuncia esas tres palabras “tenemos que hablar”, algo va mal, muy mal…
viernes, 13 de agosto de 2010
"Vida Sin Luz" Capitulo 1: Primera parte
Era una mañana soleada en el mes de Marzo, aunque aun seguía haciendo frio.
Me sonó el despertador a las siete en punto, como cada mañana, como todos los días, más bien como todos los rutinarios días de mi vida. Me llamo Michelle, nadie diría que tengo 22 años pero asi es.
Tenía que levantarme para ir a trabajar, pero la pereza podía más que yo. Trabajaba de recepcionista en el hotel mas lujoso de Madrid. Vivía en la capital en un piso sencillo por el centro de la ciudad. Como cualquier persona tenía coche pero aquí en Madrid era más común transportarse en metro para ir a trabajar. Como mi vida era tan rutinaria, ya tenía cronometrado todos mis pasos antes de llegar al trabajo, por eso aprovechaba al máximo el dormir.
Me desperté y me miré en el espejo del baño antes de pegarme una ducha que despejara mi mente. La verdad que yo no me veía toda la hermosura que decía la gente que tenía, intentaba mirarme al espejo todas las mañanas y miles de defectos se nombraban en mi mente. Defectos que más bien no eran físicos, si no que solo me veía yo dentro de mi.
Todos mis amigos, o mejor dicho, todos los chicos que conocía o que ni si quiera conocía me admiraban, se enamoraban de mi solo con verme… Era algo que cualquier chica desearía, pero yo no era lo que deseaba. ¿Por qué? Muy sencillo. Tiene una pequeña explicación. Solo se enamoraban de mi cara, de mi cuerpo, de mis curvas, de mis pechos, de mi larga melena morena, de mis ojos hipnotizantes verde esmeralda, de mis labios, de mi cintura… En general, de todo mi cuerpo… Y pensareis que tenía suerte, pero para nada, solo me deseaban por mi físico, pero no se enamoraban de mi belleza interior. Y eso, eso era algo que me hacía sentir sucia conmigo misma, hacía derrumbarme. Tanto que a veces cambiaria mi esbelta figura por una normal incluso fea. Todos los hombres habían conseguido que odiase mi físico, pero nunca dejaría de odiar mi personalidad.
¡Ah! Hablando de hombres, se me olvidaba mencionaros que estaba saliendo con un chico, Joseph. Oficialmente éramos novios y parecía que me iba mejor con él y me trataba mejor que mis dos anteriores novios. Mis ex. Si, yo anteriormente salí con más chicos, era tan bella que no tenía problema, desgraciadamente. El primero; Luis, fue tan bonito, tan romántico, era el primer amor lógicamente, me trataba tan bien, parecía que me quería tanto… Pero al final todo fue un sueño y cuando quise darme cuenta me dejó, no recuerdo porque, pero lo único que sé es me utilizó como quiso. Lo único que quería era acostarse conmigo y una vez que lo consiguió, cogió la puerta y se marchó. Fue duro, me costó horrores olvidarle, pero al poco tiempo, otro chico apareció en mi vida, Raúl.
Definitivamente Luis había dejado huella en mi corazón, con él había durado casi un año y por mucho que me quisiera Raúl no fue para nada lo mismo. Llegué a quererle mucho, pero no tanto como a mi primer amor. Quise que no me pasara lo mismo que con Luis. Pero parece ser que estaba dispuesta a sufrir y él también me hizo lo mismo, aunque me dejo antes. No llegamos ni a medio año juntos. Hubo una vez que me obligo a acostarme con él. Se lo perdoné, pero cuando consiguió mantener relaciones sexuales conmigo se fue, le perdí, de la misma manera que perdí a Luis. ¿Humillante verdad? ¿Triste? La verdad que si, y mucho. Ahora, verdaderamente no sé porque estaba con Joseph, desconfiaba de cualquier tío que se me acercara, incluso de él que parecía un pan de muchacho. Pero era normal, al fin y al cabo todos los hombres me querían solo para una cosa. Sexo. Aunque de alguna forma, esperaba que Joseph no fuera así, es más parecía demostrarme que no era así, aunque no podía aun decir nada, solo llevábamos un mes y poco.
Desvanecí de mi pensamiento y me duché, ahora tenía tres minutos menos, el tiempo que había estado mirándome en el espejo como una boba, me enjaboné lo más deprisa que pude y me aclaré sin dar tiempo a que la espuma desapareciera de mi cuerpo. Casi corriendo salí con la toalla puesta y elegí mi conjunto del día.
Para la moda era especial, me encantaba ir bien vestida, llevar ropa de la ultima y si podía ser de marca. Combinaba muy bien todos mis conjuntos de tal forma que saliera esplendida a la calle. Tenía un vestidor entero para mi sola. Mi salario en el trabajo me permitía caprichos, aunque no vivía en una mansión ni nada por el estilo. Era una chica independiente, con un piso normalico, ni muy grande ni muy pequeño. La vida me había dado mucho que aprender. Estaba sola completamente en este mundo, bueno, al menos en esta ciudad, sin contar con mi novio Joseph que me apoyaba en lo que podía. Mis padres murieron cuando yo tan solo tenía nueve años. Vivía con ellos en Madrid, pero no teníamos más familia. Mi tía vivía lejos, en Galicia creo recordar, pero además es que no se llevaba bien con mi madre y ni si quiera me quería. Sinceramente pienso que no sabe aun ni que existo. Tras la muerte de mis padres, me crió como pudo nuestra vecina, la mejor amiga de mi madre, que estaba divorciada y no tenía hijos. No me puedo quejar, estuve muy bien con ella, aunque lógicamente extrañaba a mis padres. Y cuando fui mayor de edad me independicé. Y aquí sigo en el mismo piso que hace cuatro años me compró Diana, la mujer que me crió. Fue muy generosa por su parte.
Me sonó el despertador a las siete en punto, como cada mañana, como todos los días, más bien como todos los rutinarios días de mi vida. Me llamo Michelle, nadie diría que tengo 22 años pero asi es.
Tenía que levantarme para ir a trabajar, pero la pereza podía más que yo. Trabajaba de recepcionista en el hotel mas lujoso de Madrid. Vivía en la capital en un piso sencillo por el centro de la ciudad. Como cualquier persona tenía coche pero aquí en Madrid era más común transportarse en metro para ir a trabajar. Como mi vida era tan rutinaria, ya tenía cronometrado todos mis pasos antes de llegar al trabajo, por eso aprovechaba al máximo el dormir.
Me desperté y me miré en el espejo del baño antes de pegarme una ducha que despejara mi mente. La verdad que yo no me veía toda la hermosura que decía la gente que tenía, intentaba mirarme al espejo todas las mañanas y miles de defectos se nombraban en mi mente. Defectos que más bien no eran físicos, si no que solo me veía yo dentro de mi.
Todos mis amigos, o mejor dicho, todos los chicos que conocía o que ni si quiera conocía me admiraban, se enamoraban de mi solo con verme… Era algo que cualquier chica desearía, pero yo no era lo que deseaba. ¿Por qué? Muy sencillo. Tiene una pequeña explicación. Solo se enamoraban de mi cara, de mi cuerpo, de mis curvas, de mis pechos, de mi larga melena morena, de mis ojos hipnotizantes verde esmeralda, de mis labios, de mi cintura… En general, de todo mi cuerpo… Y pensareis que tenía suerte, pero para nada, solo me deseaban por mi físico, pero no se enamoraban de mi belleza interior. Y eso, eso era algo que me hacía sentir sucia conmigo misma, hacía derrumbarme. Tanto que a veces cambiaria mi esbelta figura por una normal incluso fea. Todos los hombres habían conseguido que odiase mi físico, pero nunca dejaría de odiar mi personalidad.
¡Ah! Hablando de hombres, se me olvidaba mencionaros que estaba saliendo con un chico, Joseph. Oficialmente éramos novios y parecía que me iba mejor con él y me trataba mejor que mis dos anteriores novios. Mis ex. Si, yo anteriormente salí con más chicos, era tan bella que no tenía problema, desgraciadamente. El primero; Luis, fue tan bonito, tan romántico, era el primer amor lógicamente, me trataba tan bien, parecía que me quería tanto… Pero al final todo fue un sueño y cuando quise darme cuenta me dejó, no recuerdo porque, pero lo único que sé es me utilizó como quiso. Lo único que quería era acostarse conmigo y una vez que lo consiguió, cogió la puerta y se marchó. Fue duro, me costó horrores olvidarle, pero al poco tiempo, otro chico apareció en mi vida, Raúl.
Definitivamente Luis había dejado huella en mi corazón, con él había durado casi un año y por mucho que me quisiera Raúl no fue para nada lo mismo. Llegué a quererle mucho, pero no tanto como a mi primer amor. Quise que no me pasara lo mismo que con Luis. Pero parece ser que estaba dispuesta a sufrir y él también me hizo lo mismo, aunque me dejo antes. No llegamos ni a medio año juntos. Hubo una vez que me obligo a acostarme con él. Se lo perdoné, pero cuando consiguió mantener relaciones sexuales conmigo se fue, le perdí, de la misma manera que perdí a Luis. ¿Humillante verdad? ¿Triste? La verdad que si, y mucho. Ahora, verdaderamente no sé porque estaba con Joseph, desconfiaba de cualquier tío que se me acercara, incluso de él que parecía un pan de muchacho. Pero era normal, al fin y al cabo todos los hombres me querían solo para una cosa. Sexo. Aunque de alguna forma, esperaba que Joseph no fuera así, es más parecía demostrarme que no era así, aunque no podía aun decir nada, solo llevábamos un mes y poco.
Desvanecí de mi pensamiento y me duché, ahora tenía tres minutos menos, el tiempo que había estado mirándome en el espejo como una boba, me enjaboné lo más deprisa que pude y me aclaré sin dar tiempo a que la espuma desapareciera de mi cuerpo. Casi corriendo salí con la toalla puesta y elegí mi conjunto del día.
Para la moda era especial, me encantaba ir bien vestida, llevar ropa de la ultima y si podía ser de marca. Combinaba muy bien todos mis conjuntos de tal forma que saliera esplendida a la calle. Tenía un vestidor entero para mi sola. Mi salario en el trabajo me permitía caprichos, aunque no vivía en una mansión ni nada por el estilo. Era una chica independiente, con un piso normalico, ni muy grande ni muy pequeño. La vida me había dado mucho que aprender. Estaba sola completamente en este mundo, bueno, al menos en esta ciudad, sin contar con mi novio Joseph que me apoyaba en lo que podía. Mis padres murieron cuando yo tan solo tenía nueve años. Vivía con ellos en Madrid, pero no teníamos más familia. Mi tía vivía lejos, en Galicia creo recordar, pero además es que no se llevaba bien con mi madre y ni si quiera me quería. Sinceramente pienso que no sabe aun ni que existo. Tras la muerte de mis padres, me crió como pudo nuestra vecina, la mejor amiga de mi madre, que estaba divorciada y no tenía hijos. No me puedo quejar, estuve muy bien con ella, aunque lógicamente extrañaba a mis padres. Y cuando fui mayor de edad me independicé. Y aquí sigo en el mismo piso que hace cuatro años me compró Diana, la mujer que me crió. Fue muy generosa por su parte.
jueves, 12 de agosto de 2010
"Vida sin luz" Prólogo
Como cada noche, Michelle tenía turno de trabajo en aquel pub tan famoso de las calles madrileñas. Michelle era una jovencita de unos 25 años de edad, morena de pelo largo hasta la mitad de la espalda y rizado. Ojos verde esmeralda, una chica bellísima, capaz de conquistar a cualquier chico que se le pusiera delante. De tez ni muy blanca ni muy oscura. Sus labios eran finos pero carnosos, de un tono rosado. Su cara de niña inocente ocultaba su edad haciéndola parecer más joven aun. Con un cuerpo deslumbrante irresistible a cualquier hombre, Michelle trabajaba desde hace tres años como stripper, aunque antes se dedicaba a trabajar como recepcionista ya que domina muy bien los idiomas como el ingles y el francés.
Un día decidió dejar el trabajo de recepcionista para ser stripper, no porque le fuera mal, si no porque sabía que tenía un buen cuerpo y ganaba mas aunque tuviera que echar más horas y enseñar todas sus lindas caderas y curvas a los mismos hombres que babeaban cada vez que veian un cuerpo con ropas intimas en la barra deslizándose.
Y os preguntareis, ¿por qué eligió un trabajo como ese?
Todo remonta a su pasado… Pero lo que no sabrá Michelle, es que aquel trabajo como stripper le traería la felicidad que andaba buscando desde pequeña.
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